¿Qué tener en cuenta para hacer un acompañamiento a los adolescentes durante su fase de más cambios?
La adolescencia es una de esas etapas con más estigmas. Desde la perspectiva adulta, la adolescencia es complicada, difícil de manejar. Se toma desde el punto de vista de una batalla “uf, todo lo que habrá que pelear…”. Sin embargo, la adolescencia es un proceso por el que toda persona adulta ha pasado, por lo que comprenderla no debería ser misión imposible.
¿Qué cambios se dan en la adolescencia? ¿Por qué llega esta etapa y perdemos la conexión con nuestro hijo o hija? ¿Es normal que aumente nuestro miedo? Como educadores, son muchas las preguntas que surgen a lo largo de este proceso y es que la adolescencia cambia, no solo al adolescente, sino también a las personas que se encuentran a su alrededor.
La adolescencia supone cambios físicos, cognitivos, emocionales y sociales
Si existe una forma de describir esta fase evolutiva es como un proceso de cambio en el que la niña o niño deja la etapa infantil para comenzar a introducirse en la vida adulta. Por esta razón y otras que desarrollaremos a continuación, en esta etapa se sufre una especie de crisis en la que comienza la búsqueda de la propia identidad.
A lo largo de la adolescencia, se dan una serie de cambios que pueden apreciarse físicamente: su altura, peso, voz, vello… Sin embargo, existen más variaciones emocionales y cognitivas que, como educadores, debemos atender y estar preparados para saber acompañar. Todos estos cambios tienen un único objetivo: proveer al adolescente de la capacidad de ser autónomo con el fin de que en años posteriores pueda hacer frente a la vida adulta. Por lo tanto, la adolescencia no es el resultado final de la persona ni de la educación que hemos ofrecido las personas adultas, sino el camino por el que debe pasar para alcanzar la autonomía necesaria para el resto de su vida.
¿Qué ocurre en la adolescencia?
Durante los primeros años de vida, vamos adquiriendo información recibida del entorno. La familia, educadores, maestros y personas de nuestro alrededor nos enseñan habilidades como comer, asearse, jugar… y también formas de pensar, valores y actos de educación. De alguna manera, todas las formas de actuar están influenciadas por personas adultas que han ido formándonos para ello. Por otro lado, los adultos actúan, piensan y sienten de forma individual, autónoma. El grado de madurez les permite hacerse cargo de los propios actos. Por tanto, tenemos los dos extremos: la dependencia y la independencia. La adolescencia es el tramo que las une, el puente que relaciona la etapa infantil con la adulta. Ese es el motivo principal de que haya una revolución en esta etapa pues es el momento del cambio.
Cometemos un error al considerar que es una fase de rebeldía
Desde el punto de vista adulto tratamos la adolescencia como una fase de rebeldía, sin embargo, estamos completamente equivocados. ¿A qué llamamos rebeldía? ¿A la idea de no seguir los patrones marcados en la infancia? ¿A la incapacidad por parte del adolescente de comportarse como una persona con madurez adulta? No podemos exigir que se mantenga estable ni en un extremo ni en el otro, pues ya no encaja en ninguna de las dos partes.
El adolescente necesita adquirir una serie de habilidades que le permita en un futuro desarrollar una vida autónoma, capaz de responsabilizarse de sus propios actos. Necesita crear su propia identidad y, a su vez, mantener enlaces con su alrededor, con la sociedad.
Empatizar, conocer nuestro nuevo rol y apoyar son las claves
Por esta razón, la adolescencia es el momento perfecto para poner en duda todo aquello que estaba aprendido. Todos aquellos pensamientos que se consideraban firmes e inamovibles, y el motivo es claro, esos pensamientos son adquiridos, pero no se consideran propios. La maduración cognitiva, es decir, la maduración del neocórtex - que viene a ser el cerebro racional- provoca la capacidad de poner en tela de juicio todo aquello que se pensaba y comienza la experimentación.
¿Qué hacemos los adultos al respecto? La respuesta es clara: empatizar, recolocarnos y apoyar. La empatía es fundamental en esta etapa, debemos comprender qué está pasando en su desarrollo vital y entender que no es una cuestión de rebeldía sin más. Hacer hincapié constantemente en que es algo transitorio y necesario puede ayudarnos a sobrellevar la situación.
Recolocarnos, es decir, debemos comprender que ya no somos quienes llevamos el volante. Tienen necesidad de experimentar, conocer por sus propios medios y desarrollar el pensamiento crítico. Por lo tanto, ahora nuestro asiento es el de copiloto. Aprender cuál es el nuevo rol facilitará la relación, así como fomentará la autonomía, la seguridad y el aprendizaje. Sentir que no están solos en esta etapa de cambio y que, somos un apoyo fundamental, aunque no seamos sus referentes principales es imprescindible en la adolescencia.
¿Cómo podemos dejar que experimenten sin sentir inseguridad, miedo o incertidumbre?
Dejar espacio para la experimentación no es tarea fácil. Sobre todo para aquellas personas educadoras que lo viven por primera vez. Es normal sentir miedo y preocupación por las situaciones que pueden darse en esta etapa. Sin embargo, debemos dar el espacio necesario para que esto ocurra siempre y cuando se mantengan los límites y condiciones que consideremos fundamentales.
Involucrarnos de manera respetuosa evita las situaciones de tensión
Una de las claves en nuestro nuevo rol debe ser el escuchar y evitar los prejuicios. Dar la oportunidad de contar, hablar e intercambiar opiniones sin hacer juicios de valor ni tener expectativas al respecto, nos ayudará a fomentar la comunicación y, por tanto, aliviará nuestra incertidumbre. Involucrarnos de manera respetuosa ayuda a dejar la idea de “batalla” a un lado.
Nuestra tarea es acompañar y ayudar a que comprenda la importancia de reconocer y responsabilizarse de los actos cometidos, sin culpabilizar. La idea es que de los errores y vivencias se puedan extraer aprendizajes y soluciones. Recuerda: fomentar su autonomía.
La adolescencia es una etapa maravillosa. Puede ser complicada de gestionar, pero el sentimiento de orgullo al ver cómo resuelven sus problemas, cómo gestionan las situaciones y qué frutos dan sus cambios provocarán el más sincero orgullo.