El estrés no solo es una problemática adulta, afecta también a niños, niñas y adolescentes de forma considerable
El estrés es un concepto muy asentado en la sociedad actual. Las personas adultas solemos analizar los momentos en los que nos sentimos estresados y, con mayor o menor exactitud, podemos determinar cuáles son los factores que nos provocan dicho estrés. Sin embargo, tendemos a creer que es una problemática exclusiva de la vida adulta sin llegar a pensar que el estrés puede afectar también en otras etapas vitales como la infancia o adolescencia.
El estrés es un mecanismo imprescindible para la supervivencia puesto que se activa en momentos de emergencia
Definir el estrés no es tarea fácil pues no es una emoción como tal. Se trata de un mecanismo que se activa ante el mínimo cambio que se perciba y puede experimentarse con mayor o menor frecuencia. Es, por tanto, imprescindible para nuestra supervivencia ya que se activa en momentos de emergencia impulsando emociones. Podemos decir que el estrés tiene la función de intermediario en la relación persona-ambiente. Según las posibilidades que tenga un individuo de afrontar las demandas del ambiente, el estrés será mayor o menor.
Esta definición nos da la clave de que el estrés no tiene por qué tener connotaciones negativas. En momentos puntuales y contextos controlados este puede resultar útil para activar el organismo. Pero, ¿qué ocurre cuando sometemos al cuerpo a un estrés continuo? ¿Cómo aprendemos a afrontar situaciones cotidianas con un bajo nivel de estrés?
El cuerpo y el estrés
Ante un agente estresor, es decir, cualquier estímulo que provoca estrés; el cuerpo tiende a activar lo que se conoce como reacción de alarma. Este se caracteriza por una alteración fisiológica como puede ser insomnio, taquicardia, inquietud, etc.
Tras esta primera fase inicial, las personas tendemos a “normalizar” este estado físico por lo que se produce una segunda fase conocida como la fase de resistencia. Este estadio se caracteriza por hacer frente o luchar contra esta sintomatología pensando que es una situación pasajera o bien por una cuestión de fuerza personal “yo puedo con todo”.
Sin embargo, el estrés tiene una tercera etapa que se conoce como fase de agotamiento. Esta última fase es el resultado de una exposición continua a unos altos niveles de estrés en el que el cuerpo pierde todos los niveles de energía. Tiene arduas consecuencias para el organismo ya que el sistema inmunológico se debilita, lo que da lugar a mayor posibilidad de contraer enfermedades.
El estrés en la infancia y adolescencia
Al tener una función adaptativa, el estrés no es una característica única de las personas adultas. En la etapa infantil y adolescente, la vulnerabilidad al estrés es mayor porque se tienen menos herramientas y experiencias previas para su afrontamiento.
Como educadores de niñas, niños y adolescentes debemos prestar especial atención a la conducta y a los indicios emocionales que estos puedan mostrar y que nos indiquen que están pasando por un periodo de estrés elevado.
El rendimiento escolar, la vida social y las expectativas son agentes estresores en la infancia y la adolescencia
Si algo nos ha demostrado la infancia es que absorben toda la información posible del exterior y que tienden a estar pendiente de todos los estímulos posibles, por lo que pensar que están ajenos a los cambios del ambiente es incoherente. En la infancia y la adolescencia es importante centrarse en los ámbitos académico, social y familiar. Estos son los entornos más relevantes y cualquier cambio puede provocar estrés.
Especialmente en la adolescencia, el rendimiento académico; la vida social y las expectativas influyen en gran medida en el padecimiento del estrés. Es una etapa crítica en la que están en la búsqueda continúa de su identidad, alejándose de la etapa infantil y queriendo encontrar su hueco junto al resto de sociedad adulta. Esto no supone un reto fácil y puede generar mucha angustia si no es gestionada de una forma sana.
Reconocer el estrés
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Cambios de conducta
Tanto niños como niñas pueden mostrar más irritabilidad o mal humor. La inquietud que les genera el estrés y la falta de experiencia en este, así como la incapacidad para verbalizar aquello que sienten pueden provocar un conflicto interno difícil de manejar que puede traducirse en un cambio de conducta.
En cuanto a la situación del adolescente puede ser similar. En muchas ocasiones el estrés no se verbaliza por la falta de comunicación con las personas adultas de su alrededor. La conducta suele volverse más hostil y puede llegar a observarse mayor aislamiento tanto en el entorno familiar como en el social.
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Dedicar tiempo a la observación
Como educadores sabemos cómo se comportan los menores, por lo que poniendo atención en la observación directa en las relaciones que estos tienen con los demás (compañeros de clase, familiares, etc.) podremos tener más indicios de su conducta.
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Excusas
Si vemos que existe un aumento considerable del uso de excusas, por ejemplo: evitación para ir a la escuela. Puede haber un problema de estrés. La huida es una forma de afrontar el conflicto por lo que debe plantearse una solución.
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Somatización
El estrés suele traer sintomatología física: dolores de estómago, dolor de cabeza, cansancio…incluso dolores o síntomas más fuertes. En muchas ocasiones se descartan enfermedades o trastornos físicos porque no tienen causas aparentes. Lo que puede estar ocurriendo realmente es que se está padeciendo un estrés desmesurado.
La manera más eficaz que tenemos como educadores de poder ayudar a niños, niñas y adolescentes de aprender a afrontar situaciones de estrés es dotarles de herramientas emocionales desde edades tempranas, así como ofrecer una comunicación afectiva. No obstante, siempre se puede acudir a un profesional que sabrá como ayudar al infante o adolescente y nos dotará de los recursos necesarios para su acompañamiento.